Viajar es una de les experiencias más enriquecedoras y a la vez necesarias. Acercarse a la cultura de otros pueblos y conocer gente con mentalidad y costumbres diferentes te permite entender mejor las señas de identidad propias.
Cuando el camino de regreso se hace largo y las aventuras no nos dejan volver a tiempo, se corre a veces el riesgo de perder las raíces. Si la lengua materna es nuestra patria, cuando aprendemos y soñamos en una lengua diferente durante el periplo, nos convertimos en apátridas.
Cada vez que vuelvo a Grecia es como estar en casa. Una casa desangelada. Hace algunos años, cuando ya mi mirada romántica hacia este país había desaparecido dejando paso a la rutina, y el griego empezaba a no servirme demasiado para comunicarme con los griegos, recuerdo que, hablado con un buen amigo veneciano, meteco como yo, pensé que lo ideal habría sido nacer en Grecia, para ir luego a vivir a España.
Hago estas reflexiones hoy en la habitación del hotel de Atenas después de leer este fragmento del libro de S.A. Tovar, Biografía de la lengua griega: durante este periodo (baja edad media) los europeos con frecuencia viajaban a Bizancio para estudiar griego, con el propósito de capacitarse para traducir a los antiguos, aprendiendo primero -naturalmente- a hablar la lengua viva de ese tiempo y luego las formas anteriores.
¡Qué suerte!. ¡Quien pudiera estar en Atenas!!. Al menos mándanos imágenes para matar el gusanillo.
ResponEliminaSentir la música del teu blog i llegir les teues paraules em transporta a eixos llocs llunyans mai vists i també als que tenim dins nostre que de vegades estàn prop però també pot ser lluny.
ResponEliminaRecorda-te´n de tornar.
Susana